Soy Maestra en Comunicación y Política por la UAM-X y me desempeño como investigadora de artes visuales en el CENIDIAP-INBA. Premio a la excelencia academica, docencia e investigación 2019, INBAL.
Soy miembro del Colectivo Híjar, agrupación de activismo político-cultural y del grupo “Arte y política” de CLACSO.
He publicado libros y textos y realizado videos sobre temáticas alrededor de la relación entre dimensión estética, arte y movimiento social.
Nací en la Ciudad de México en 1962 y soy mamá de Pablo y Alberto.
YO SOY QUIEN SOY Y ME PAREZCO A TANTXS
Venimos juntos, de la mano,
hombro con hombro,
a someternos al tribunal del espacio físico donde aún podemos encontrarnos,
a rescatarnos juntos,
todos reunidos, materia de memoria, cuerpo, palabra(Alejandro Ortiz, De profundis, fragmento)
Sin duda, somos producto de muchas determinaciones: la biológica, por la que pertenecemos a la especie humana; la genética, que nos particulariza ancestralmente como individuos; la cultural, que nos ubica en un tiempo y espacio históricos; la social, que nos ubica en un determinado lugar de ese contexto histórico y finalmente, la política, que elegimos. ¿Qué peso le damos a cada una de estas determinaciones en el intento permanente de constituirnos como individuos? Los extremos son relativamente fáciles de establecer, por ejemplo, habrá a quien le importe el linaje, tan preciado, tan banal y tan anacrónico, no por nada existen aún monarquías en el mundo, pero la realidad es que somos la mayoría los que existimos y vivimos por razones mucho más simples, generalmente por la constitución de una nueva familia, y resulta relativamente fácil establecer los orígenes inmediatos y conocer la genealogía familiar.
Yo sé que tuve un bisabuelo catalán que viajó a fines del siglo XIX a Cuba y después a México, donde fundó una librería. También supe, por casualidad, que mi apellido llegó a América con la Conquista a través de un conquistador que se estableció en el occidente del país. Incluso, hay una provincia de Híjar en España, cerca de Teruel, con la que hasta ahora no encuentro relación alguna. El resto de mi familia, abuelas y abuelos, nacieron aquí entre Pachuca, Guanajuato y la Ciudad de México.
La cuestión es que, históricamente definidos, provenimos de mestizajes genéticos y culturales que importan (o no) cuando adquirimos y construimos la conciencia de nosotros mismos. Es ahí, en ese momento y en ese proceso que somos quienes somos producto de una suma de identidades, entre las que elegimos y las que no, que operan en los diversos frentes de nuestra existencia. Sin duda, hay un núcleo duro: humana-mujer-mexicana, al que se van sumando otras identidades personales, por elección, que nos caracterizan y definen.
Producto de la investigación Mosaico Genético tuve conocimiento de mis orígenes ancestrales en los que puedo imaginar un recorrido cronológico de miles de años: el origen: África occidental y Siberia, luego Europa, casi todo el continente que suma mi mayor porcentaje y finalmente, México, la tercera parte de lo europeo, con porcentajes muy similares a lo largo de toda la República, con la especificidad totonaca en Puebla. Una sorpresa fue el porcentaje ubicado en los Andes sudamericanos, Perú o Colombia, quizá de ahí viene el que mi única homónima conocida sea peruana. El resultado satisfizo mi curiosidad personal, me alegró mi raíz africana y lo muy viejo de mi origen genético difícil de precisar antes de las fronteras geopolíticas ahora existentes.
Pero más allá del ejercicio interesante que este proyecto y sus resultados implicaron, la reflexión derivada se orienta al cuestionamiento de mi lugar hoy y ahora en este mundo, en este México qué-herido, desde una individualidad definida pero también construida, que para mí es la que finalmente importa.
Refiere el antropólogo Andrés Aubry a la tierra-territorio-terruño como triada que define nuestra pertenencia y existencia. La tierra: el mundo que habitamos; el territorio: la región específica y delimitada en la que nacimos y el terruño: nuestro hogar físico y afectivo. Así es y en cada dimensión, somos. Historia y memoria nos habitan y constituyen, doble dimensión presente: la otorgada por default y la elegida, de ambas derivan nuestras identidades plurales. Y aquí empiezan los problemas y complejidades.
El buen vivir y el ayllu, concepto andino que refiere al sistema de organización de la vida incluyente de todo lo existente, están cada día más lejos del horizonte enfrentados a un sistema de muerte para el que la ganancia económica a toda costa y el antropocentrismo han producido el peor desastre medioambiental y climático en la historia de la humanidad. La naturaleza está herida de muerte y, probablemente, los esfuerzos que hagamos para revertirlo, no serán suficientes. Tendrán razón quienes objeten que esta es la calidad humana, de ahí las rebeldías y las resistencias también de larga historia.
“Para todos todo” y “Un mundo donde quepan muchos mundos” son consignas enarboladas por el movimiento zapatista, tan potentes que movilizaron no solo a México sino al mundo; consignas sustentadas en la cosmovisión maya pero sobre todo, en la praxis de las comunidades autónomas. Ahí está un ejemplo cercano de la posibilidad de construcción de un mundo vivible en armonía y con respeto a toda forma de vida existente: con todas sus razas, colores, especies, naturaleza.
Asumo la responsabilidad de existir y de vivir en este mundo sumando y poniendo el cuerpo para una vida digna para todos, independientemente del origen de cada quien. Una larga historia de derrotas nos acompañan pero no alcanzan para desestimar los desafíos cotidianos en la lucha por el buen vivir. Con todas mis identidades a cuestas, elijo la vida y con ella, la dimensión común de mi existencia en el entendido de que solos no somos nada. Asumir la continuidad de uno en el otro resulta un imperativo frente a los retos presentes. Tenemos los mismos orígenes, las mismas raíces, un mapa que se viene tejiendo desde tiempos ancestrales, así quiero leer, por ejemplo, mi porcentaje africano. “Nada humano me es ajeno” escribió un tunecino y esclavo romano, Publio Terencio Africano, en el 165 a.C.
Como investigadora de las relaciones entre manifestaciones artísticas y movilización social, de la praxis estética presente en todo proyecto de futuro y de cambio, elegí algunas imágenes que implican, por un lado y de manera brutal, la conciencia de mis privilegios como sujeto de investigación en el proyecto Mosaico Genético, conciencia que incluye a todos y todas las que no están, que nos faltan, que coexisten ausentes en este tiempo y espacio. No somos todos, nos faltan miles y miles, y como “desertora de la indiferencia” lo mínimo que puedo hacer es nombrarlos. Pongo el cuerpo y la escritura, extiendo mis propias reflexiones a quienes no pueden hacerlo, a mis congéneres privados de todo, empezando por el derecho a la vida. Por otro lado, las imágenes son también muestra de que no todo está perdido y que también hay una lucha simbólica por otro mundo posible en el que TODXS podamos ser plenxs y libres.
“PATRIA ES HUMANIDAD”
Nadie elige cuándo ni dónde ni de quién nacer. Conforme vamos creciendo nos vamos enterando de quiénes somos: tenemos un nombre, somos hijos de alguien, vivimos en un lugar, en un país y tenemos una nacionalidad determinada, entonces, tomamos mínima conciencia de nuestra individualidad. Ese primer nivel identitario nos marca, no es lo mismo ser hijo de un campesino en la montaña alta de Guerrero que hija de un profesor universitario en la Ciudad de México. Circunstancias ajenas a nosotros nos definen y determinan el tipo de vida que vamos a vivir.
Hoy, que el mundo colapsa ante la avaricia y la maldad de quienes se ostentan como dueños de todo, “los nadie”, “los cualquiera”, “los sin voz y sin rostro”, “los sin parte” caminan en busca de futuros mejores. Imposible quedarse en el territorio y en el terruño conocido, no hay opción más que irse, moverse, salir.
Los “condenados de la tierra”, a los que refiriera Franz Fanon, se han multiplicado ya no solo por los dominios coloniales de facto sino por el coloniaje de nuevo tipo producto de la globalización neoliberal, ésa que sí tiene categoría de “clase mundial” y que golpea y pasa por encima de territorios, fronteras, poblaciones, recursos naturales, plantas y animales, costas y mares, ríos y cuerpos de agua, montañas y cerros, cultivos y semillas, por encima de la vida toda susceptible, en su lógica, de transformarse en mercancías, ganancias y servicios para el provisorio 1% de la humanidad, según los cálculos de Los Indignados, enfrentados a la mayoría, el 99% de precarios. Estas condiciones materiales determinan e impactan, sin duda, la autoconcepción identitaria y los apegos, que pasan a un segundo lugar frente al desafío de la sobrevivencia.
La historia de la humanidad está marcada por las migraciones, siempre producto de la violencia. Mis hijos, Pablo y Alberto, son prueba de ello. Su papá llegó exiliado a México desde El Salvador en guerra. Pero ahora, a los desplazados (de la tierra) no los quiere nadie. La humanidad es solo un concepto reducido a pertenecer a la raza humana, las connotaciones que antes se asociaban al concepto de homo sapiens como la compasión, la solidaridad, la empatía, la bondad, se desdibujan frente al ¡sálvese quien pueda!
En un poema de amor, José Martí habla del futuro, del azar, de la verdad. El tercer verso dice:
“mi memoria son tus ojos y tus ojos son mi paz
mi paz es la de los otros
y no sé si la querrán
esos otros y nosotros
y los otros muchos más
todos somos una patria
patria es humanidad”.
Oscar Alberto Martínez Ramírez y Valeria, de casi 2 años, padre e hija salvadoreños ahogados en el Río Bravo en junio 2019; Alan Kurdi, sirio de 3 años, ahogado frente a las costas de Turquía junto a su hermano Galip de 5 y su mamá Rihan en septiembre de 2015; los 72 migrantes asesinados en San Fernando, Tamaulipas en agosto de 2010 y miles y miles más, me golpean el rostro, el corazón y la humanidad.
¿DÓNDE ESTÁN? HASTA ENCONTRARLES
Más de 40,000 desaparecidxs reportan las cifras oficiales en México, son muchxs más. 20 mujeres desaparecen al día en la Ciudad de México. Vivimos la peor crisis de violaciones a los derechos humanos, al más elemental y primario que es el derecho a la vida.
¿Dónde están? La pregunta retumba en quienes compartimos su tiempo-espacio. La impotencia y la desesperación crecen y los recursos se agotan. ¿Cómo mantenerlxs aquí? para que nadie olvide sus rostros, sus sueños, sus aspiraciones, a quienes los esperan.
En México, en tiempos infames, hay dos formas de presencia: quienes vivimos y estamos físicamente presentes y quienes no están porque “desaparecieron”, ausencias presentes en fotografías, murales, lonas. Antes, vivían y estaban, como habitantes de este mundo y, sin duda, siguen aquí pero no sé en qué forma.
El Colectivo Hasta Encontralxs CDMX y la iniciativa “Muralismo y arte por nuestrxs desaparecidxs” han emprendido una campaña para la realización de murales en los sitios de donde fueron expoliados: de sus identidades, de su voluntad, de su cuerpo, de su casa, de sus actividades cotidianas, con el objetivo de nombrarles, restaurar y re-presentar sus rostros, sus señas particulares, su historia y sus sueños.
Dijo José Martí en 1887: “¡La justicia primero y el arte después!… Cuando no se disfruta de la libertad, la única excusa del arte y su único derecho para existir es ponerse al servicio de ella. ¡Todo el fuego, hasta el arte, para alimentar la hoguera!”. Y agregaría, también la ciencia, la tecnología y toda actividad humana debiera estar orientada al servicio y preservación de la humanidad y de toda forma de vida, de una vida digna con los medios, recursos y libertad para desarrollarnos plenamente. Esta oportunidad les fue negada a compañeras y compañeros que fueron despojados de todo y a quienes les negaron la posibilidad de un futuro.
“Búsqueda de vida” es un concepto que refiere a que cuando alguien es desaparecidx, quienes lo aman no solo emprenden su búsqueda física sino también la del vínculo emocional suspendido violentamente. De ahí la importancia de encontrarle, como sea, para recuperar su subjetividad singular y tenerlo ya entre nosotros. Este reencuentro permitirá iniciar el proceso de cierre y establecer una nueva, otra relación con quien nos fue arrebatadx.
Los murales hasta ahora realizados son los de Viviana Garrido Ibarra, en el exterior del metro Ermita-línea 12; el de Mariela Vanessa Díaz Valverde, afuera del metro Iztapalapa; y el de Pamela Gallardo Volante, frente a la estación del metrobús El Caminero. Próximamente pintarán los de Sarahí Maricarmen, desaparecida el 26 de agosto de 2018 a los 14 años; el de Braulio Bacilio Caballero de 13 años, desaparecido el 28 de septiembre de 2016 en el paradero del metro Pantitlán y el de Francisco Alvabera Trejo, desaparecido el día 26 de marzo de 2012, también en las instalaciones del metro Pantitlán.
¿Cuántos murales tendríamos que hacer para restaurarles su rostro y su identidad a cada uno de lxs desaparecidxs?
PONER EL CUERPO, ALZAR LA VOZ
“No somos uno, no somos cien, pinche gobierno cuéntanos bien”. Marchar, gritar sumarse, alzar la voz, pasar de la indignación a la acción a partir del agravio social compartido. En la acción colectiva no hay nombres propios, no importa quién soy ni de dónde vengo, lo que importa es que estoy y camino junto a otrxs que no conozco pero que en el justo momento de la acción compartida, son mis hermanxs de lucha.
Algunxs, los más, muestran sus rostros sin disfraz alguno, pero otrxs pocos erigen su rostro, su cuerpo como soporte significante del reclamo social. Presencias potentes que convocan curiosidad y simpatía, que acompañan a la comunidad doliente e indignada. El acto comunicativo se enriquece con sus presencias, argumentan de otro modo: visualmente. Una máscara, una consigna pintada en el cuerpo, un personaje que porta una pancarta rompe el paisaje habitual, llama la atención, enciende un alerta visual y advierte de una situación grave.
No importa quién está detrás del personaje, importa el compañero o compañera que invierte tiempo y recursos en construirse de otro modo, en darse una nueva forma para interpelar a los curiosos. Todxs somos bienvenidxs para construir la identidad de un sujeto colectivo en lucha.
… Y que mis venas no terminan en mí
sino en la sangre unánime
de los que luchan por la vida, el amor,
las cosas, el paisaje y el pan,
la poesía de todos.
(Roque Dalton, Como tú, fragmento)
SOMOS MEMORIA
Ser consciente de poseer libertad de moverme, de estar, de vivir, de ser dueña de mis acciones y de mi voluntad, de hacer con mi cuerpo lo que yo quiera resulta más valioso cuando se tiene conciencia de que en este país, hoy, esto es un privilegio.
Imposible retroceder el tiempo, cuidar a quienes están en una situación vulnerable o en el momento y en el lugar equivocado para advertirles del peligro, del acontecimiento por venir que trastocará su vida y la de todxs los que lxs rodean.
Cuando no queda más que el frío vacío de alguien que estuvo, vivió, amó, gozó y cuya vida fue cortada, suspendida de manera violenta, para darle una nueva condición que no pidió ni eligió ni quiso al ser asesinadx o desaparecidx, la resignación no es una opción en quienes lx sobreviven. No hay luto ni cierre posible, de ahí la memoria indispensable materializada en acciones que son huellas simbólicas llenas del sentido evocado por una comunidad doliente.
«La memoria, nos dijeron, es una de las siete guías que el corazón humano tiene para andar sus pasos. Las otras seis son la verdad, la vergüenza, la consecuencia, la honestidad, el respeto a uno mismo y al otro, y el amor.
Por eso, dicen, la memoria apunta siempre al mañana y esa paradoja es la que permite que en ese mañana no se repitan las pesadillas, y que las alegrías, que también las hay en el inventario de la memoria colectiva, sean nuevas.
La memoria es sobre todo, dicen nuestros más primeros, una poderosa vacuna contra la muerte y alimento indispensable para la vida. Por eso, quien cuida y guarda la memoria, guarda y cuida la vida; y quien no tiene memoria está muerto».
(Subcomandante Insurgente Marcos, comunicado 24 marzo 2001).
ABC: NUNCA MÁS
El ciclo de la vida, nos dicen, es nacer, reproducirnos y morir. En el transcurso, nos vamos constituyendo como mejor podemos y, si nos va bien, como queremos. Vamos forjando distintas identidades que van dando lugar a constituirnos como seres singulares con todas nuestras cargas genéticas, históricas, culturales y familiares. Este proceso no acaba nunca, me gusta pensar que nunca somos de una vez y para siempre y que, al final, nada puede ser lo suficientemente fuerte para definirnos de manera definitiva.
Pero no todxs tenemos esta oportunidad ni “el ciclo de la vida” se cumple como debiera. La avaricia, la corrupción y la negligencia desatan tragedias. “No debió morir” se grita luego de la mención de cada nombre de los 49 niños y niñas calcinados en la Guardería ABC de Hermosillo, Sonora, el 5 de junio de 2009. Para otros y otras, la vida cambió para siempre por los tratamientos médicos y los recuerdos traumáticos.
El antimonumento se alza frente a las oficinas del IMSS en Paseo de la Reforma. Como los otros antimonumentos erigidos, no conmemoran ni glorifican nada, constituyen un reclamo social de un hecho que no debió ocurrir. Argumentación visual en una forma escultórica que funda un lugar de memoria para exigir justicia.
“Los niños nacen para ser felices”, dijo José Martí, y debiera ser un imperativo social pero no es así, no mientras haya un solo infante con hambre, sin escuela ni oportunidades, sin seguridad ni garantías para su buen desarrollo y crecimiento. Todxs somos responsables en mayor o menor medida: por voltear la mirada, por no comprometernos con el bien común, por no exigir que los gobiernos hagan su trabajo, por permitir la impunidad imperante, por dejar hacer y pasar sin consecuencias, por no cuidar a nuestros niños y niñas. ¡Les debemos tanto!
No hay vuelta atrás, nada les restaurará la vida a los 49 para que sean bailarinas o doctoras, maestros o ingenieros o lo que sea que hubieran querido ser, quedan los recuerdos de sus cortas vidas y la exigencia de justicia y castigo a los responsables, como consuelo casi inútil para tanto dolor.
43 AYOTZINAPA
Casi nadie es ajeno a este nombre: Ayotzinapa. Muchxs advierten lo que el numeral 43 representa en los tiempos recientes en México. Muchxs reconocen la causa cuando ven un pendón con un rostro y un nombre particular cargado por una madre o un padre, colgado, impreso, pintado. Los retratos y el 43 son argumentarios de un relato infame, son una identidad colectiva erigida a partir de compartir un hecho trágico. Imposible disociarlos, permanecen juntos desde aquella noche terrible.
“A los desaparecidos hay que hacerlos volver” advierte contundente Jacobo Silva Nogales, y desde hace 5 años es la consigna en esta lucha por la presentación con vida de los 43 normalistas detenidos-desaparecidos por el Estado coludido con el crimen organizado el 26 y 27 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero. 3 más fueron asesinados esa madrugada.
Jóvenes, varones, mexicanos, estudiantes, pobres, campesinos, indígenas, hijos, hermanos, algunos padres y suma y siguen las características identitarias de los 43, de los 46. Todas suspendidas, algunas canceladas para siempre por la violencia: hoy son desaparecidos.
Desde entonces, los jóvenes viven en sus familias y en el acompañamiento social. Sus retratos ocupan el lugar de sus presencias físicas. Viven en los relatos de sus vidas, son retratos con historia: uno cantaba, al otro le gustaban los caballos, uno más tiene una hija, a aquél le decían de este modo, etcétera, etcétera. De ellos se habla en tiempo presente y nos faltan a todxs.
Ayotzinapa es la expresión más contundente de una práctica atroz ejercida sobre un ser humano por otro ser humano. Aún resulta difícil concebirlo pero somos la única especie capaz de llevar a cabo las peores atrocidades contra ejemplares de nuestra misma especie y ahí está la historia para comprobarlo.
No somos todxs iguales y el mal existe, justificado por “razones” para muchxs tan ajenas, tan incomprensibles e inconcebibles: una paga, la xenofobia, el racismo, el placer ante el dolor ajeno, la ganancia a toda costa…
Hoy cohabitamos con retratos, fotografías, murales, lonas, relatos que mantienen presentes, aquí y ahora, a los que físicamente no están. No podemos dejarlos ir, ¿adónde irían?
Están aquí
entre nosotros
los desaparecidos de México.
A veces parecen invisibles
pero están aquí
no pueden irse
porque no hay dónde para ellos
que no sea estar entre nosotros…
(Eduardo Vázquez, “Los nuestros”, fragmento)
EL ROSTRO DE JULIO
El rostro es nuestra seña de identidad más significativa. Somos una cara con ciertos atributos y rasgos físicos. ¿Y cuando te quitan la cara violentamente? ¿qué quisieron hacer, qué mensaje enviaron con el acto brutal de desollarlo?
El rostro de Julio César Mondragón, estudiante normalista de Ayotzinapa, detenido y asesinado la noche del 26 al 27 de septiembre de 2014 en Iguala, no está más que en las fotografías de donde salen pinturas y gráficas que re-presentan su bello rostro con media sonrisa. Y, claro, en los recuerdos y la memoria no solo de quienes lo conocieron y amaron sino en la de todos y todas los que asumimos a Julio como parte de nuestra familia, como sujeto de nuestro amor filial y fraternal a pesar de no tener relación consanguínea alguna.
La familia también es la que elegimos construir. No sé su origen ancestral, no nos conocimos y no me importa: Julio César Mondragón también es mi hijo; Julio César nos falta a todos. ¡MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA!
- Las fotografías que aparecen sin crédito son de la autoría de Cristina Híjar González.
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES:
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- “Utopías para caminar” en Híjar, A., Argüello, A., et al, Arte y utopía en América Latina, México: Cenidiap/Conaculta/INBA, 2000. (pp. 75-110).
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